Me siento a diario en mi banco de
madera con un cojín sobre él para que sea más confortable; en mi banco de
madera tono miel. Al ponerme a escribir, he estado a punto de hacerlo en una
blanca y fría página de Word, pero he cogido mi pluma y un folio; la pluma
resbala por él. Así no necesito cables ni batería. Puedo llevarlos encima, en
mi bolso, y ponerme a hacer anotaciones incluso cuando me estoy dando el tinte
en la peluquería.
La escritura tiene sus propios caminos, como la verdad,
igual que Dios —que rezaría la Biblia— o como las cosas grandes. Mi intención es
seguir escribiendo siempre, pero como esto es magia, a lo mejor no vuelvo a tomar mi
pluma de aquí a cinco años o más... Y cuando pareciese que todo fue una fiebre
pasajera que me empujó a las cavernas del papel, la tinta y las ideas, podría
regresar a sus brazos, a los de mi banco de miel, y escribir algo que nunca se
hubiese contado.
Saludos con el viento.
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