Al
abrigo de un folio, desprovista de tintes,
mis
ojeras no confunden su destino;
saben
que buscan el papel para mostrarme,
ya
sin velos, pinturas ni abalorios,
como
salí del vientre materno.
Tantas
veces frente al folio
que
todas son la misma,
alumbradas
por el ansia ciega
de
mi mano. Le gusta escribir,
le
aburre el sueño y luego se arrepiente,
se
aferra a las sábanas
en
un despertar tardío tras la cópula
entre
dedos y pluma,
una
orgía que revienta, eléctrica,
y
se vierte en las hojas secretas
de
la cama que nadie llegará a deshacer,
aquel
sitio donde se aman
sin
más droga que esta locura de letras.
Extenuados,
caen... Amanece.
Saludos con el viento.
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