Humanos... No aprendéis... Sois capaces
de desollaros vivos, si hace falta, por puro y duro orgullo, os olvidáis de
lo que es el honor. Os complace más acabar con los bolsillos llenos o saquear
el alma de quien no se doblega ante vosotros, que poder levantaros del campo de
batalla con la cabeza alta. ¡Esconded vuestras narices donde nadie pueda
verlas! Por compasión...
Te he visto hoy, humano orgulloso e
indigno, y, por un momento, sentí el impulso de ayudarte a abrir los ojos, pero
pensé:
-¡Quién soy yo! ¡Quién soy yo para, sin ser
alquimista, querer convertir la vulgar arena en polvo de oro!
Replegué mis alas y contuve el aliento.
-Déjalo estar, Gárgola -me dije-. Vuela
lejos de cualquier farsa. El fruto caerá del árbol cuando esté maduro.
¡Y todos caen! Entonces yo, con mis
alas, recogeré a los que caigan con honor. Los demás, por mí, pueden pudrirse
en el suelo.
Todo mi respeto a los humanos que, hasta
ahora, no se hayan vendido a la mentira ni prostituyan su alma por maldad,
despecho, envidia u orgullo desmedido.
Saludos con el viento.
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